martes, 20 de septiembre de 2011

ME GUSTARÍA...




¿Quién no ha tenido alguna vez un pensamiento de realizar algo que en el fondo cree que es imposible de cumplir?


Todos, en algún momento de nuestra vida pensamos que nos gustaría hacer cosas un poco especiales o complicadas (según se mire ) y que por distintos motivos o circunstancias son difíciles de ponerlas en práctica, algunas, se convertirán en sueños irrealizables e imposibles de efectuar y otras... quién sabe, la vida es muy larga y da muchas vueltas.




No estoy hablando de metas en la vida, ni de tópicos tales como; quiero ser madre, quiero ser feliz, que mi familia tenga trabajo, quiero aprobar las oposiciones, que me toque la primitiva...etc. Porque estos ejemplos son obvios y los desea todo el mundo.

Me refiero a cosas o momentos que te gustaría poder hacer y que no son precisamente cotidianos.

Me vienen a la mente algunas que he leído o me han contado, como por ejemplo;

- Nadar con delfines
- Vivir una temporada en New York
- Escribir un libro
- Montar en globo
- Hablar con algún famoso
- Ver una aurora boreal
- Un viaje alrededor del mundo...




También hago referencia a los deseos de la protagonista de la película "Un paseo para recordar" :


- Casarse en la iglesia donde creció su madre y se casaron sus padres
- Ayudar en el Cuerpo de Paz
- Tener un tatuaje
- Estar en dos sitios a la vez
- Hacer un descubrimiento médico






La lista es interminable y muy variada y sobretodo, como se puede apreciar, acorde con los gustos de las personas. A simple vista algunas cosas parecen más fáciles de conseguir que otras, pero si están en el listado significa que para esa persona son importantes de realizar.



Estos sueños son intemporales, puesto que siendo "tan especiales" pueden pasar muchos años para que se vean cumplidos y algunos jamás verán la luz. También, muchos de ellos pueden ser influenciados por películas, sobretodo americanas, en los que todo parece fácil y perfecto.



- ¿Qué tipo de sueños son los más recurrentes? Yo, los catalogaría en cinco apartados; los de viajes, los de momentos específicos con la naturaleza, los de compañía (animales y personas) , los de retos personales y los materiales e inmateriales.


Efectivamente, me gustaría vivir una temporada en New York, que me regalaran un coche por sorpresa que estuviera envuelto en un gran lazo, visitar la isla de Pascua , poder hacer el cubo de Rubick, bañarme en aguas tropicales, pasear a caballo por la playa con luna llena , subir a la montaña rusa más alta del mundo, ver la mayor concentración de estrellas en una noche de verano, poder ver un atardecer en el que el sol se oculte por el mar acompañada de alguien especial y con ese "alguien" poner en práctica la palabra complicidad.

jueves, 21 de julio de 2011

DOS HORAS AL SOL




Verano. 3 de julio. Una playa en cualquier lugar del mediterráneo. O en el cantábrico o ¿qué más da dónde sea? Como en la canción de “Eva María”, me voy a la playa con mi bikini de rayas, pero en este caso no llevo la maleta de piel. 


En la inmensa bolsa que sustituye a la susodicha maleta llevo de todo por el “por si acaso". Crema factor 30 para el cuerpo con bronceado rápido -seguramente, eso de rápido es puro placebo, porque por la noche delante del espejo, cuando una se mira es normal decir: "hoy creo que me ha cogido” y seguramente estás igual que el día anterior-, otra crema para la cara factor 50, un libro, gafas de sol, gafas graduadas, sombrero de tela con estampado floral de ala muy ancha -por si pasa algún rayo de los que no ha filtrado el factor 50-, un mp4 de última generación, un pasador para recoger el pelo, un llavero con el tetris incluido -sí, lo reconozco, soy adicta al tetris desde los famosos años 80, una botellita de agua, el móvil, toallita de mano, esterilla y la toalla.
                                              
                                                                         
Me lleva bastante tiempo elegir el lugar idóneo para pasar unas horas de relax en la playa, todos los sitios que vislumbro mientras voy caminando por la arena no me gustan; uno porque tiene la arena mojada, otro porque hay unos niñitos pesados y asilvestrados, otro porque tendría que compartir el barullo de una inmensa familia de esas que vienen con nevera, sombrillas que parecen jaimas y abuela incluida. Por fin me decido y me pongo entre unos guiris blanquitos que se tuestan al sol y una pareja de jubilados, de esos que ponen la sombrilla a las ocho de la mañana para que no les quiten su territorio -éstos no saben que lo de guardar sitio en primera línea de playa solo pasa en las concurridas playas de Benidorm-. Bien, empieza mi proceso playeril, me quito el pareo, lo pliego cuidadosamente y lo meto dentro de la bolsa, saco la esterilla y la toalla y las extiendo en la fina arena. Después me siento y me doy crema, primero la del cuerpo y luego la de la cara, me planto el sombrero y mis gafas de sol, cojo el libro y me tumbo tranquilamente a leer.



¡Buff!, no aguanto ni un minuto más, hace demasiado calor. Voy a darme un baño porque sin sombrilla es imposible estar a pleno sol.
Salgo del agua, me siento y vuelvo con mi rutina; primero me recojo el pelo con el pasador, me pongo el sombrero y las gafas de sol pero, tonta de mí, pienso que sin las gafas graduadas no veré un carajo, así que me pongo las dos. Primero las de ver y encima me pongo las de sol. -Sí, ya lo sé, esto se solucionaría con unas gafas de sol graduadas, pero esas se me han olvidado en casa-.
Mientras me seco, sigo mirando el panorama, pero ¡qué panorama voy a ver!, si el ala del sombrero es tan ancha que me cae por encima de la cara y me tapa toda visión posible. Opto por quedarme con las gafas de sol y dejar las graduadas para cuando sean realmente necesarias. Cojo de nuevo el libro y me pongo boca arriba a leer. No pasan ni dos minutos y ya me estoy incorporando de nuevo porque el pasador de pelo se me incrusta en la cabeza y así una no se concentra bien.

Para entonces, como ya estoy seca, empiezo a repetir el proceso de las cremas. Por casualidad, se me cae la de la cara en la arena, soplo un poco e intento quitar con el dedo lo que se ha quedado pegado en el orificio de salida, pero no sirve para nada porque mientras me la extiendo en la cara parece que me esté untando un exfoliante –lo digo por todos los granitos que se me están quedando pegados en la cara-, pero no me importa porque pienso que la arena de playa no puede ser tan mala para el cutis y que después el mar ya actuará como tónico, vamos, todo un tratamiento de belleza natural.

Ya estoy de nuevo encremada y dispuesta a seguir con mi libro. Para no hacerme daño en la cabeza como ante, me pongo boca abajo con los codos apoyados en la toalla. De nuevo, interrumpo mi lectura -desde que he llegado tan solo he leído una maldita página, menos mal que no está en juego ninguna oposición o algo por el estilo- , pero es que esta postura no es muy cómoda para leer; me duelen los codos y se me ha dormido la mano. Me siento de nuevo, guardo el libro, cojo el tetris, el mp4, me quito el pasador, me recojo el pelo con el sombrero para que así no se me clave ningún objeto que me taladre la cabeza, me tumbo de nuevo boca arriba y enciendo el mp3 mientras cojo el tetris. Imposible jugar, la pantallita no se ve por el exceso de luz -es que hay objetos que es mejor no sacarlos de casa y más si son de culto, como es el caso-, así que me incorporo de nuevo. Como ya tengo el problema del pelo solucionado cojo otra vez el libro y me tumbo, pero me vienen los calores asfixiantes y decido ir a darme otro baño. Guardo el libro, me quito el sombrero y al agua.
 

Y de nuevo estoy sentada en la toalla. Mientras me seco y vuelvo a ponerme los dos pares de gafas, miro el panorama y no es otro que los guiris comiéndose un bocata de calamares rebosante de mayonesa, por un lado, y dos sillas con su sombrilla solitaria por el otro, porque los jubilados se habían ido a pasear. ¡Ay! que bien me vendría ahora  un poquito de su sombra, -pienso-. Sigo haciendo un rastreo visual por la playa con mis dos pares de gafas puestas. Estoy sentada con los brazos apoyados en la toalla, en plan posado de portada de revista veraniega, -y doy fe de que es una postura solo para foto, porque la verdad, yo no aguanto mucho en esa posición, me duele todo-. 
 

De repente, un golpe de pelota Nivea me da de pleno en la cara y manda mis dos pares de gafas a la arena, -los insoportables niñitos de la otra punta de la playa se han puesto a jugar al fútbol, con tan mala suerte, que un golpe de viento les ha mandado la dichosa pelotita, que es muy ligera, hasta mi sitio tranquilo y alejado del mundo de los niños-.
Vuelvo a las cremas, me pongo el sombrero, me tumbo boca arriba y me dispongo a escuchar música, pero de repente alguien me habla, -es uno que vende pareos-, le digo que no, que gracias. Sigo escuchando música, me viene otro con relojes y bolsos de Toos, Puiton, Carol “La Herrera” y Loe-Be, y vuelvo a decir que no, que gracias. Seguido al de los bolsos se me pone un vietnamita de rodillas al lado de la toalla y me dice que me da un masaje: ¡a cinco euros, a cinco euros! -me grita- y le digo que no, que gracias. Después del filipino, chino o lo que fuera, pasa el de los granizados y daikiris, el de las patatas y el de las pelis piratas. A todos les digo: no, gracias.
Sigo con mi música y en la mitad de la segunda canción se agotan las pilas y se apaga el aparatito y, por supuesto, no tengo pilas de repuesto, así que saco de nuevo el libro y la botellita de agua -que por cierto, a estas horas, es imbebible de lo caliente que está-. Me suena el móvil. Me tengo que ir. Recojo todo el equipamiento playero. Mañana más. ¿Quién dice que en la playa uno se relaja?




domingo, 3 de julio de 2011

CAMELIA SOBRE MUSGO



Yo también soy camelia sobre musgo, como decía Renée en "La elegancia del erizo". Disfruto contemplando y viviendo las cosas efímeras de la vida. Los colores de un atardecer, una ola que rompe en el puerto, un árbol en medio de una pradera, ver llover detrás de un cristal, escuchar alguna canción...(ésto último ya se que no es efímero, pero el momento en que la estoy escuchando si lo es, puesto que cada segundo o instante de la vida es único y no se vuelve a repetir, por elllo es efímero).


Me siento camelia sobre musgo cuando cada vez que paso por un escaparate me giro para mirarme en el reflejo, y hasta consigo verme en el brillo de la pintura metalizada de un coche . Y soy más camelia todavía cuando me digo de vez en cuando un "porque yo lo valgo"¡ hale!, y que nadie me hable en un tono más alto que entonces no seré tan camelia sobre musgo...

Ahora que llega el verano y estamos más tiempo en la calle quiero imaginarme las camelias sobre musgo de mi alrededor, los indignados del 15M, las abuelas que pasan todo el verano haciendo comida para un regimiento en el apartamento de la playa, el que pone las hamacas y sombrillas en la orilla del mar , el becario de turno, el que te sirve la cerveza en el chiringuito....etc.

Pues eso, ésta conclusión es más de lo de siempre no lleva a ninguna parte, ni aporta nada nuevo, son reflexiones de la vida diaria, de lo que tenemos en frente y no vemos, de lo que apreciamos, de la belleza, de las pequeñas cosas...etc.

A veces me gusta ponerme a pensar en ellas y a veces, las escribo.

viernes, 24 de junio de 2011

LA NOCHE MÁS LARGA






Es aquella noche la que te dije algo

algo, que jamás te quise decir

siempre quedará la nostalgia

y aquello que quedó por vivir


Cruces de palabras inexplicables

sintonías y muchas notas por cantar

nunca existirá ni el ahora, ni el mañana

y serás libre para poder bailar.

lunes, 30 de mayo de 2011

DESPEDIDA




Como cada día durante los últimos 10 años Elena cogía el tren a las 7:45 de la mañana. Llegaba siempre con el tiempo justo y por ello la entrada al vagón siempre iba acompañada de algún que otro empujón para hacerse un hueco entre la marabunta que se concentraba a la misma hora que ella. Se montaba siempre en el primer vagón, tenía la sensación que subiendo en él llegaba antes que los demás a su destino. Su constante en la vida eran las prisas, el estrés, la rapidez…etc. Y así eran todos los días para Elena.


Pero aquel día 3 de mayo, esa rutina cambiaría para siempre...


Se despertó a las siete y cuarto de la mañana, y como apuró hasta el último segundo para levantarse de la cama, se le hizo tarde y sólo le dio tiempo a tomar un café, cogió una manzana para comer por el camino y bajó por las escaleras para no esperar al ascensor al tiempo que se iba poniendo la gabardina. El trayecto hacia la estación era corto, solo duraba seis minutos, lo tenía cronometrado. A su llegada sacó el bono del bolsillo para pasar por las barreras de entrada. Allí ya se empezó a poner nerviosa, se había formado una pequeña cola porque una señora metió mal el billete y las barreras de apertura se quedaron estancadas.

Eran las 7:42 y la fila no avanzaba, se acercó un revisor y manualmente cogió el billete de cada uno para agilizar la salida hacia el andén, ya que el tren no tardaría en llegar. Elena corrió porque el convoy hacía su apariciónen ese mismo instante.

Se metió en el primer vagón como hacia cada día, no fue nada fácil, pero a base de algún que otro empujón y pedir perdón al tiempo que se abría camino entre la gente, logró un sitio aceptable. Arrinconada entre un joven que iba ensimismado con los cascos y otro no tan joven, con cara de dormido, observaba lo que tenía alrededor.


Todos los días su mirada recorría como por inercia las caras de los demás viajeros, que al igual que ella, eran habituales en ese vagón. Estaba el ejecutivo del Ipod, la parejita de estudiantes, hablando de asignaturas y profesores, la madre con el niño, que siempre acababa cogiéndolo en brazos, el anciano adormilado y la mujer risueña.

Sabía de memoria en que estación bajaba cada uno y casi podía predecir el estado de ánimo que tenían ese día., eran muchos años viajando a la misma hora y compartiendo con las mismas personas un trayecto de treinta minutos. Cuando llegó a su destino bajó y fue directa a la oficina, tenía una reunión importante. Muy importante. Le habían ascendido y como tal, a partir de ese día, tenía que usar obligatoriamente el coche de la empresa.




Lo primero que pensó Elena fue que ya no vería más el tren. Ese tren que le había acompañado durante 10 largos años, ¿qué sería del ejecutivo del Ipod o de la mujer risueña? pensó. Nunca más sabría si cambiaban de colonia, si habrían estrenado algo, o tenían mal día, tal como había ido pronosticando cada mañana. Esas vidas no eran tan ajenas para ella.


Adiós queridos pasajeros. Hasta siempre querido tren.

viernes, 4 de febrero de 2011

MI VIAJE

Pedí al taxista que me dejara en la plaza de toros. Él, frunció el ceño y me dijo que estaba prohibido aparcar ahí. Le miré a los ojos a través del retrovisor y le dije: -por favor, páreme donde le he indicado. Él, puso cara de importante y suspiró como dando aprobación a mi súplica, en el fondo él sabía que si se rige por el código de circulación perfectamente puede estacionar tres minutos para dejarme, sin quebrantar ninguna norma.

Le pagué 18 euros y me bajé del taxi. Él se apresuró a sacar mi maleta y me deseó buen viaje. Yo, le dije un simple adiós. Quería recorrer a pie los pocos metros que separan la plaza de toros de la estación.

Eran las doce del mediodía de una mañana soleada y fría de invierno. El cielo azul radiante contrastaba con la silueta de la estación.

La decoración de la fachada modernista estaba llena de símbolos y motivos regionales valencianos, una reseña a la bandera valenciana, flores de azahar, el color verde, las estrellas rojas y demás ornamentaciones hacían que no pasara desapercibida. Y para mí, una vez más fue así.



Entré al interior y me senté en un vestíbulo muy acogedor con bancos de madera. Mientras esperaba miraba alrededor y percibía por todos sus lados un poco de la cultura popular mediterránea, azulejos, mosaicos, flores, cuadros de valencianas...etc.

Al de un rato de observar todo aquello me di cuenta que estaba sola en aquel habitáculo con vigas de madera en el techo. Entonces me levanté y me dirigí hacia los andenes, había un silencio sepulcral, mis tacones y las ruedas de la maleta retumbaban mientras pasaba al lado del único tren que estaba estacionado en una de las vías. En aquel instante me empecé a preocupar. Estaba sola en la estación, no había nadie, ni personal de mantenimiento, ni jefe de tren, ni maquinista, ni persona alguna a la que pudiera preguntar.


Los rayos de sol entraban tímidamente a través de los cristales laterales de la gran bóveda que cubre los andenes y se iban a parar al único convoy que tenía a ralentí sus motores. Aunque estaba dubitativa me decidí por inspeccionar aquel tren que tenía delante por si encontraba algo o alguien que me hiciera pensar que no estaba sola en aquella estación.




El convoy solo tenía tres vagones, y en la entrada de cada uno había una letra negra al lado de la puerta. En el primero había una “F”, en el segundo una “P” y en el tercero otra “P”. Fue en aquel instante cuando lo entendí todo.

Toda mi vida estaba en ese tren, el pasado, el presente y el futuro lo tenía ante mis ojos y según que vagón eligiera para montar, mi vida sería de una manera u otra.



El pasado significaba, niñez, adolescencia, recuerdos, momentos vividos, experiencias…etc. El futuro es incertidumbre, son preguntas si respuestas, es madurez, es toda una vida y sobretodo es una consecuencia de lo que has hecho en el pasado. El presente es ya, es ahora, es el momento.




Me tomé unos minutos para pensar en qué vagón sería mejor montar y elegí el Presente, puesto que no hay nada mejor que vivir cada día disfrutando de cada instante, sin cargas del pasado, y sin dudas para el futuro.