jueves, 21 de julio de 2011

DOS HORAS AL SOL




Verano. 3 de julio. Una playa en cualquier lugar del mediterráneo. O en el cantábrico o ¿qué más da dónde sea? Como en la canción de “Eva María”, me voy a la playa con mi bikini de rayas, pero en este caso no llevo la maleta de piel. 


En la inmensa bolsa que sustituye a la susodicha maleta llevo de todo por el “por si acaso". Crema factor 30 para el cuerpo con bronceado rápido -seguramente, eso de rápido es puro placebo, porque por la noche delante del espejo, cuando una se mira es normal decir: "hoy creo que me ha cogido” y seguramente estás igual que el día anterior-, otra crema para la cara factor 50, un libro, gafas de sol, gafas graduadas, sombrero de tela con estampado floral de ala muy ancha -por si pasa algún rayo de los que no ha filtrado el factor 50-, un mp4 de última generación, un pasador para recoger el pelo, un llavero con el tetris incluido -sí, lo reconozco, soy adicta al tetris desde los famosos años 80, una botellita de agua, el móvil, toallita de mano, esterilla y la toalla.
                                              
                                                                         
Me lleva bastante tiempo elegir el lugar idóneo para pasar unas horas de relax en la playa, todos los sitios que vislumbro mientras voy caminando por la arena no me gustan; uno porque tiene la arena mojada, otro porque hay unos niñitos pesados y asilvestrados, otro porque tendría que compartir el barullo de una inmensa familia de esas que vienen con nevera, sombrillas que parecen jaimas y abuela incluida. Por fin me decido y me pongo entre unos guiris blanquitos que se tuestan al sol y una pareja de jubilados, de esos que ponen la sombrilla a las ocho de la mañana para que no les quiten su territorio -éstos no saben que lo de guardar sitio en primera línea de playa solo pasa en las concurridas playas de Benidorm-. Bien, empieza mi proceso playeril, me quito el pareo, lo pliego cuidadosamente y lo meto dentro de la bolsa, saco la esterilla y la toalla y las extiendo en la fina arena. Después me siento y me doy crema, primero la del cuerpo y luego la de la cara, me planto el sombrero y mis gafas de sol, cojo el libro y me tumbo tranquilamente a leer.



¡Buff!, no aguanto ni un minuto más, hace demasiado calor. Voy a darme un baño porque sin sombrilla es imposible estar a pleno sol.
Salgo del agua, me siento y vuelvo con mi rutina; primero me recojo el pelo con el pasador, me pongo el sombrero y las gafas de sol pero, tonta de mí, pienso que sin las gafas graduadas no veré un carajo, así que me pongo las dos. Primero las de ver y encima me pongo las de sol. -Sí, ya lo sé, esto se solucionaría con unas gafas de sol graduadas, pero esas se me han olvidado en casa-.
Mientras me seco, sigo mirando el panorama, pero ¡qué panorama voy a ver!, si el ala del sombrero es tan ancha que me cae por encima de la cara y me tapa toda visión posible. Opto por quedarme con las gafas de sol y dejar las graduadas para cuando sean realmente necesarias. Cojo de nuevo el libro y me pongo boca arriba a leer. No pasan ni dos minutos y ya me estoy incorporando de nuevo porque el pasador de pelo se me incrusta en la cabeza y así una no se concentra bien.

Para entonces, como ya estoy seca, empiezo a repetir el proceso de las cremas. Por casualidad, se me cae la de la cara en la arena, soplo un poco e intento quitar con el dedo lo que se ha quedado pegado en el orificio de salida, pero no sirve para nada porque mientras me la extiendo en la cara parece que me esté untando un exfoliante –lo digo por todos los granitos que se me están quedando pegados en la cara-, pero no me importa porque pienso que la arena de playa no puede ser tan mala para el cutis y que después el mar ya actuará como tónico, vamos, todo un tratamiento de belleza natural.

Ya estoy de nuevo encremada y dispuesta a seguir con mi libro. Para no hacerme daño en la cabeza como ante, me pongo boca abajo con los codos apoyados en la toalla. De nuevo, interrumpo mi lectura -desde que he llegado tan solo he leído una maldita página, menos mal que no está en juego ninguna oposición o algo por el estilo- , pero es que esta postura no es muy cómoda para leer; me duelen los codos y se me ha dormido la mano. Me siento de nuevo, guardo el libro, cojo el tetris, el mp4, me quito el pasador, me recojo el pelo con el sombrero para que así no se me clave ningún objeto que me taladre la cabeza, me tumbo de nuevo boca arriba y enciendo el mp3 mientras cojo el tetris. Imposible jugar, la pantallita no se ve por el exceso de luz -es que hay objetos que es mejor no sacarlos de casa y más si son de culto, como es el caso-, así que me incorporo de nuevo. Como ya tengo el problema del pelo solucionado cojo otra vez el libro y me tumbo, pero me vienen los calores asfixiantes y decido ir a darme otro baño. Guardo el libro, me quito el sombrero y al agua.
 

Y de nuevo estoy sentada en la toalla. Mientras me seco y vuelvo a ponerme los dos pares de gafas, miro el panorama y no es otro que los guiris comiéndose un bocata de calamares rebosante de mayonesa, por un lado, y dos sillas con su sombrilla solitaria por el otro, porque los jubilados se habían ido a pasear. ¡Ay! que bien me vendría ahora  un poquito de su sombra, -pienso-. Sigo haciendo un rastreo visual por la playa con mis dos pares de gafas puestas. Estoy sentada con los brazos apoyados en la toalla, en plan posado de portada de revista veraniega, -y doy fe de que es una postura solo para foto, porque la verdad, yo no aguanto mucho en esa posición, me duele todo-. 
 

De repente, un golpe de pelota Nivea me da de pleno en la cara y manda mis dos pares de gafas a la arena, -los insoportables niñitos de la otra punta de la playa se han puesto a jugar al fútbol, con tan mala suerte, que un golpe de viento les ha mandado la dichosa pelotita, que es muy ligera, hasta mi sitio tranquilo y alejado del mundo de los niños-.
Vuelvo a las cremas, me pongo el sombrero, me tumbo boca arriba y me dispongo a escuchar música, pero de repente alguien me habla, -es uno que vende pareos-, le digo que no, que gracias. Sigo escuchando música, me viene otro con relojes y bolsos de Toos, Puiton, Carol “La Herrera” y Loe-Be, y vuelvo a decir que no, que gracias. Seguido al de los bolsos se me pone un vietnamita de rodillas al lado de la toalla y me dice que me da un masaje: ¡a cinco euros, a cinco euros! -me grita- y le digo que no, que gracias. Después del filipino, chino o lo que fuera, pasa el de los granizados y daikiris, el de las patatas y el de las pelis piratas. A todos les digo: no, gracias.
Sigo con mi música y en la mitad de la segunda canción se agotan las pilas y se apaga el aparatito y, por supuesto, no tengo pilas de repuesto, así que saco de nuevo el libro y la botellita de agua -que por cierto, a estas horas, es imbebible de lo caliente que está-. Me suena el móvil. Me tengo que ir. Recojo todo el equipamiento playero. Mañana más. ¿Quién dice que en la playa uno se relaja?




domingo, 3 de julio de 2011

CAMELIA SOBRE MUSGO



Yo también soy camelia sobre musgo, como decía Renée en "La elegancia del erizo". Disfruto contemplando y viviendo las cosas efímeras de la vida. Los colores de un atardecer, una ola que rompe en el puerto, un árbol en medio de una pradera, ver llover detrás de un cristal, escuchar alguna canción...(ésto último ya se que no es efímero, pero el momento en que la estoy escuchando si lo es, puesto que cada segundo o instante de la vida es único y no se vuelve a repetir, por elllo es efímero).


Me siento camelia sobre musgo cuando cada vez que paso por un escaparate me giro para mirarme en el reflejo, y hasta consigo verme en el brillo de la pintura metalizada de un coche . Y soy más camelia todavía cuando me digo de vez en cuando un "porque yo lo valgo"¡ hale!, y que nadie me hable en un tono más alto que entonces no seré tan camelia sobre musgo...

Ahora que llega el verano y estamos más tiempo en la calle quiero imaginarme las camelias sobre musgo de mi alrededor, los indignados del 15M, las abuelas que pasan todo el verano haciendo comida para un regimiento en el apartamento de la playa, el que pone las hamacas y sombrillas en la orilla del mar , el becario de turno, el que te sirve la cerveza en el chiringuito....etc.

Pues eso, ésta conclusión es más de lo de siempre no lleva a ninguna parte, ni aporta nada nuevo, son reflexiones de la vida diaria, de lo que tenemos en frente y no vemos, de lo que apreciamos, de la belleza, de las pequeñas cosas...etc.

A veces me gusta ponerme a pensar en ellas y a veces, las escribo.