martes, 21 de mayo de 2013

LA ÚLTIMA FIESTA





La oscuridad invadía el interior de aquel viejo recinto, por los cristales entraban unos tenues reflejos y se podía apreciar cierta claridad provocada por la luna, que esa noche, cómo no, era luna llena. El silencio se rompió cuando empezó a sonar por el hilo musical El Concierto de Aranjuez. 
En ese preciso instante comenzó la fiesta, y tal como era costumbre cuando sucedían este tipo de eventos, todos se dieron cita en el pasillo central. Esa noche los tarros de patatas cocidas Gutarra estaban jubilosos de no haber acabado por la mañana en algún carrito de compra, y por primera vez, se alegraban  de no haber pasado por las manos de la cajera de turno. En la calle de las salsas se oía una algarabía fuera de lo normal; ese pasillo estaba mucho más animado que el de las patatas. Además de ser conocido por todo el supermercado como la sección de los guiris, por la internacionalidad de sus productos, se le conocía como el pasillo ‘cubano’ por la variedad de salsas que allí se podían encontrar: salsa brava, bechamel, barbacoa, americana, ketchup, agridulce, mahonesa, tártara, tabasco, rosa, jalapeña y por supuesto, la salsa Perrins.

Ajenos a todo el barullo de esa noche primaveral estaban ellos, la salsa Perrins y el tarro de patatas Gutarra. En esos momentos sonaba por el hilo musical la Pequeña Serenata Nocturna de Mozart. Esa noche no celebrarían como en otras ocasiones la llegada de una oferta especial ni la semana fantástica o la semana de la China. No. Esa noche, se celebraba una despedida, porque con la llegada de los recortes el supermercado dejaba de importar productos ingleses, y la salsa Perrins estaba en primer lugar para abandonar el recinto.
Las despedidas de los productos en los supermercados no solían ser tristes, todo lo contrario, puesto que salir de allí significaba que te ibas a un restaurante o a un hogar, y claro, allí te valoran, te miman y te aprecian por encima de todo, entre otras cosas porque para eso te  han comprado.
Pero esta despedida fue muy diferente a las anteriores, y por ello, sentó un precedente a partir de esa noche; la llamaron… la fiesta injusta. Sonaba ambientalmente el aria ‘La reina de la noche’ de la ópera La Flauta Mágica de Mozart.
Para Perrins y Gutarra este final que se iba a producir en tan solo unas horas, significaba algo distinto. A pesar de no tener muchas cosas en común y desde el principio estar en secciones  muy diferentes, se habían entendido muy bien. Los dos tenían una erre doble en sus nombres, que eso parece que no… pero une mucho, los dos eran de cristal, y unos meses atrás, los dos habían sido protagonistas de otro relato.

No hay antecedentes literarios que hablen sobre tarros de patatas cocidas Gutarra ni de salsas Perrins, tampoco existen los de mejillones en escabeche o los de aceitunas rellenas de anchoa, claro está, pero que los hubieran escogido a ellos de entre miles y miles de productos como protagonistas, es algo que los marcaría para siempre.
La fiesta estaba en su punto más álgido y continuaba en todos los pasillos. El hilo musical les ofrecía en esos momentos La Cabalgata de las Valquirias de Wagner; las botellas de mojito se habían desmadrado hasta tal punto que corrían alborotadas y fogosas detrás de las patatas Lays a la vinagreta, las galletas Chiquilín se deshacían por los halagos y todo tipo de piropos lanzados por los batidos de Cola-Cao desde las estanterías de los lácteos, los pobres no podían abandonar la zona de refrigerados porque tenían que mantener su temperatura fresca y estar siempre por debajo de los cinco grados. En ese punto, hasta la tímida fabada Asturiana, que nunca se había movido de su estantería, paseaba solemnemente por todas las calles del supermercado al son de El Vals de las Flores de Tchaikovsky. Ella iba escoltada por los macarrones Gallo a un lado y por el arroz La Fallera al otro, los dos trataban de conquistarla y la llevaban hacia el  pasillo de los bombones para que se deleitara viendo todas las variedades que existían en el mercado. Al verles pasar a su lado, el pan de molde Bimbo, el muy pillín, silbaba disimuladamente Las Bodas de Fígaro de Mozart. 
Empezaba a amanecer y los primeros rayos de sol entraban con fuerza en el supermercado. Los productos iban poco a poco volviendo a sus estanterías y secciones, algunos con más resaca que otros, pero todos preparados y asumiendo el destino que le iba a tocar vivir ese día.
Sonaba el majestuoso Canon de Pachelbel por el hilo musical y ahí estaban ellos: la salsa Perrins y el tarro de patatas Gutarra. Uno frente al otro, sin saber qué decir ante lo inevitable, y sabiendo que, aunque la separación era inminente, se tendrían el uno para el otro para siempre, porque los recuerdos y los momentos que pasaron en aquel supermercado fueron lo más bonito que habían vivido jamás.