viernes, 4 de febrero de 2011

MI VIAJE

Pedí al taxista que me dejara en la plaza de toros. Él, frunció el ceño y me dijo que estaba prohibido aparcar ahí. Le miré a los ojos a través del retrovisor y le dije: -por favor, páreme donde le he indicado. Él, puso cara de importante y suspiró como dando aprobación a mi súplica, en el fondo él sabía que si se rige por el código de circulación perfectamente puede estacionar tres minutos para dejarme, sin quebrantar ninguna norma.

Le pagué 18 euros y me bajé del taxi. Él se apresuró a sacar mi maleta y me deseó buen viaje. Yo, le dije un simple adiós. Quería recorrer a pie los pocos metros que separan la plaza de toros de la estación.

Eran las doce del mediodía de una mañana soleada y fría de invierno. El cielo azul radiante contrastaba con la silueta de la estación.

La decoración de la fachada modernista estaba llena de símbolos y motivos regionales valencianos, una reseña a la bandera valenciana, flores de azahar, el color verde, las estrellas rojas y demás ornamentaciones hacían que no pasara desapercibida. Y para mí, una vez más fue así.



Entré al interior y me senté en un vestíbulo muy acogedor con bancos de madera. Mientras esperaba miraba alrededor y percibía por todos sus lados un poco de la cultura popular mediterránea, azulejos, mosaicos, flores, cuadros de valencianas...etc.

Al de un rato de observar todo aquello me di cuenta que estaba sola en aquel habitáculo con vigas de madera en el techo. Entonces me levanté y me dirigí hacia los andenes, había un silencio sepulcral, mis tacones y las ruedas de la maleta retumbaban mientras pasaba al lado del único tren que estaba estacionado en una de las vías. En aquel instante me empecé a preocupar. Estaba sola en la estación, no había nadie, ni personal de mantenimiento, ni jefe de tren, ni maquinista, ni persona alguna a la que pudiera preguntar.


Los rayos de sol entraban tímidamente a través de los cristales laterales de la gran bóveda que cubre los andenes y se iban a parar al único convoy que tenía a ralentí sus motores. Aunque estaba dubitativa me decidí por inspeccionar aquel tren que tenía delante por si encontraba algo o alguien que me hiciera pensar que no estaba sola en aquella estación.




El convoy solo tenía tres vagones, y en la entrada de cada uno había una letra negra al lado de la puerta. En el primero había una “F”, en el segundo una “P” y en el tercero otra “P”. Fue en aquel instante cuando lo entendí todo.

Toda mi vida estaba en ese tren, el pasado, el presente y el futuro lo tenía ante mis ojos y según que vagón eligiera para montar, mi vida sería de una manera u otra.



El pasado significaba, niñez, adolescencia, recuerdos, momentos vividos, experiencias…etc. El futuro es incertidumbre, son preguntas si respuestas, es madurez, es toda una vida y sobretodo es una consecuencia de lo que has hecho en el pasado. El presente es ya, es ahora, es el momento.




Me tomé unos minutos para pensar en qué vagón sería mejor montar y elegí el Presente, puesto que no hay nada mejor que vivir cada día disfrutando de cada instante, sin cargas del pasado, y sin dudas para el futuro.